jueves, 12 de mayo de 2016

Periodismo en México



-¿Apoco me iba a esperar más?
- Traigo agua, un libro y sé dónde está el baño. Hubiera podido haberme esperado todo el día.

Esa fue la primera plática que tuve con mi jefe David, luego de esperarlo hora y media a que terminara de darle las órdenes de información a los reporteros del Heraldo en la mañana. O le caí bien o le dio lástima que me acabaran de correr de un digital donde duré casi un año, porque me marcó esa misma tarde diciéndome que entraba a trabajar en dos días. Mi primera encomienda fue buscar notas de la Santa Muerte con los comerciantes del centro. Entre el 2 de noviembre de 2011.

Por fuera, el edificio del periódico se ve grande, imponente; una fortaleza de cristal donde nunca acabas de conocer a todos, siempre hay una cara nueva y el horario es sólo una mera formalidad (salir a las cinco, el sueño de muchos, la realidad de nadie), la redacción se vuelve tu casa, donde el tableteo de los teclados no para y tus compañeros son otra familia, unos cómplices.

Tengo años cubriendo la fuente policiaca. Uno se impone a lo feo, pero eso no significa que no deje de doler, que no dejes de sentirte mal por ver a una persona sin vida que nunca conociste. Escribes oliendo la pólvora de cerca, los casquillos percutidos, el sonar de las patrullas, la cinta amarilla, viendo a la muerte tan cerquita y sigo sin entender dos cosas: cómo una persona se atreve a arrebatarle la vida a otra de una manera tan cobarde y cómo los papás dejan que sus hijos vean una escena del crimen como si fuera feria. Me han tocado hasta vendedores ofreciendo su comida, aprovechando que hay multitud; una kermés fúnebre. 

Hay tantas historias del trabajo que se han vuelto inolvidables, pero creo que una de las que más me ha asombrado fue cuando mataron a una mujer a una cuadra de mi casa. Me tocó verla morir y me impactó tanto ver su bolsa color café en el piso, a su lado, abierta, con su labial, un espejo roto y sus artículos del uso diario, cosas que nosotras las mujeres tratamos como tesoros ahora entre el sucio pavimento. Cuando se llevaron el cuerpo, cubrieron la sangre con tierra y ya. Aquí no pasó nada, aquí no pasa nada.

El oficio del texto servicio, al igual que el de las cortesanas, sin lugar a duda es uno de los más viejos (y de los más mal pagados); sales de la universidad queriendo cambiar el mundo con las letras y luego pides que el mundo no te termine por cambiar, que no te deshumanice. Aunque hay que admitir que tanto fallecido sí te enfría un poco el corazón.

Yo me pongo triste cuando pasa algo grave. Nadie debería de acostumbrarse al sufrimiento ajeno porque creo firmemente que nuestra primera obligación como personas es ser felices. Sin embargo, la fuente de justicia, te hace ver el lado más oscuro de la gente; del que nos avergonzamos pero miramos con morbo en la calle despacio desde nuestros autos cuando vemos una patrulla.  En los eventos fuertes, sigo llegando sin ganas de hacer más que dormir y olvidar que hay una vida menos y muchas notas más. Aun así, no me veo haciendo otra cosa.

No podemos volver invisibles a las personas, todos merecen ser recordados, pero sí consideró que muchas veces los medios nos excedemos en una sobre exposición de víctimas y vulneramos sus derechos humanos, la privacidad de sus familias. Pero, por otro lado todos tenemos derecho a no ser olvidados, a que alguien escriba nuestra historia.

Aun así, el periodismo es esa droga agridulce de la que siempre quieres más, la que te apasiona al grado de querer decirle a todos lo que viste, lo que se hará, o el descubrir a alguna autoridad que no hace lo que debería; el ver tu nombre impreso es una de las pequeñas recompensas, aunque algunas veces lo más difícil es admitir que nos equivocamos, que lastimamos a alguien con nuestros párrafos y que no hicimos bien nuestro trabajo. 

Ya pasaron tres años, siete meses y contando en Heraldo y cerca de nueve años como reportera. Tantas historias, tantos viajes, corajes, caminos recorridos, sustos, risas y lágrimas que no caben en un texto. Solo puedo decir que uno está en constante aprendizaje, en un viaje que uno no sabe cuándo terminará y estoy muy agradecida por ello, porque ha sido el lugar donde mi hijo ha crecido y yo junto con él, en este maravilloso, encantador y presionarte mundo de los medios de comunicación, donde todos los días se aprende algo nuevo. Aquí seguimos.


Viajaban solas


Hace unos meses, dos mujeres fueron asesinadas en Ecuador. Ellas "viajaban solas", dijeron los encabezados de varios periódicos internacionales. Inmediatamente, el revuelo por ello en redes sociales, donde por el simple hecho de su sexo, los temas al respecto fueron: "¿Qué estarían haciendo para morir así?", "Traían droga", "¿Cómo andaban vestidas", y muchos otros cuestionamientos en donde las víctimas no sólo fueron re-victimizadas, sino juzgadas por el decidir hacer una aventura sin compañía masculina.

Luego de la euforia, de las peleas/debates por Internet defendiendo diversas posturas y pasadas algunas semanas (o días), Marina Menegazzo y María José Coni, pasaron a ser parte de un olvido discreto y colectivo, sinónimo de nuestra fría sociedad, la cual siempre está a la espera de una nueva noticia, porque esa ya comenzó a caducar. Sin irnos tan lejos en el mapamundi, 20 días antes asesinaron la periodista Anabel Flores Salazar, que había sido secuestrada en el Estado de Veracruz y cuyo cuerpo fue encontrado sin vida el 9 de febrero en el Estado de Puebla. Ante esto, las autoridades de aquel Estado expresaron mediante un boletín de prensa que: "probablemente tendría vínculos con el crimen organizado", porque parece que criminalizar antes que investigar se puso de moda desde hace -varios-años en nuestros gobiernos.

La situación para nosotras las mujeres continúa siendo de riesgo: el no poder elegir "x" tipo de ropa te hace fácil o aburrida, el salir o no con una pareja, te convierte en una mujer "cualquiera" o en una "puritana", el decidir ser una madre que trabaja te hace una persona desobligada con el cuidado de los retoños, pero el  quedarte en casa te transforma en una conformista ¿Cómo tener contenta a una sociedad que te alienta a ser cómo realmente eres para luego condenarte por ello?.

Algunas veces, basta con salir sola a la calle de noche, cuando toca caminar por una zona oscura o no muy amistosa, a uno le pasan por la mente todos esos horrendos encabezados de noticias que una vez cruzaron por nuestra vida; el pasar por alguna construcción o alguna congregación pública del sexo opuesto ya es sinónimo de que uno ampliará su colección de "halagos involuntarios" no agradables; el conseguir un ascenso crea muchas veces rumores de lo que uno hizo para "semejante honor". La interminable lista de ejemplos pudiera continuar hasta acalambrarme los dedos de escribirla...

La Declaración Universal de Derechos Humanos, en sus preceptos genéricos sobre igualdad, habla en su artículo 1 que "Todos los seres humanos nacen libres e iguales en dignidad y derechos y, dotados como están de razón y conciencia, deben comportarse fraternalmente los unos con los otros", pero creo que se les olvidó agregar una frase que especificara el cómo el hecho de ser mujer, no nos hace criminales, ni víctimas, sino personas que también quieren encontrar, como cualquier otra, su lugar en el mundo.